Se aproxima el verano y, con él, da comienzo la temporada de festivales. Este fin de semana estuve disfrutando de uno en mi ciudad y, conversando con un amigo que a sus 34 años ha decidido opositar, rememoramos juntos los motivos que determinaron mi decisión de preparar la oposición de Interventor y Auditor del Estado, me alentaron durante las largas jornadas de estudio y me motivan para ir cada día a la oficina lleno de energía, a sabiendas de que es probable que la tarde se alargue en el Gabinete.

La trama de los ERE en Andalucía, el caso Gürtel, el famoso tres per cent catalán o el desfalco de las Cajas de Ahorro me ayudaron mucho a decidirme. Por supuesto, la estabilidad laboral, la independencia económica o la facilidad para conciliar la vida personal y familiar fueron factores importantes, pero no determinantes en mi elección. Podría haber elegido cualquier otra oposición, como la Inspección de Hacienda, pero yo no estuve nunca interesado en recaudar más, sino en gastar mejor. Por supuesto, veníamos de una época desafortunada en la que “el dinero público no era de nadie”, lo que nos da una idea del enfoque tan desafortunado que tenían y tienen gran parte de nuestros gestores. ¿Recordáis la Agencia de Evaluación de las Políticas Públicas y la Calidad de los Servicios? Probablemente fuese una gran idea mal implementada, pues su misión era la promoción y realización de evaluaciones y análisis de impacto de las políticas y programas públicos, así como el impulso de la gestión de la calidad de los servicios, favoreciendo el uso racional de los recursos y la rendición de cuentas a la ciudadanía. En aquella época creía firmemente que si los gestores públicos rindieran cuentas a sus jefes, que no son otros que los ciudadanos, probablemente la labor de los Interventores y Auditores del Estado no fuera tan necesaria. Ahora me gusta más aquella máxima que dice que “para los cargos públicos hay que elegir a los más honestos y luego vigilarlos como si fueran ladrones”, por lo que el pulso y la vigencia del Cuerpo sigue latiendo cada día. 

Mientras estudiaba me ilusionaba pensar que, algún día, podría combatir la corrupción, mejorar la eficiencia del gasto público y evitar que la gestión inadecuada de los recursos públicos supusiera nuevas subidas de impuestos o el empeoramiento de la calidad de los servicios públicos. Iba cada día a la biblioteca con una idea en la cabeza: aprobar y que mi trabajo permitiera evitar que la recaudación tributaria se desvaneciera por el sumidero de la corrupción, el clientelismo o, en la mayoría de ocasiones, el puro desconocimiento de las nociones más básicas de Derecho Administrativo o Presupuestario. Porque no nos engañemos, la corrupción existe y hay que erradicarla, pero el verdadero mal no es ése, sino la falta de exigencia de responsabilidades políticas o administrativas a aquellos gestores que no hacen bien su trabajo. 

En cambio, mi amigo tiene otros motivos para arrebatar horas al sueño, ya que compagina la oposición con un trabajo a tiempo completo. Se trata de razones mucho más puras y poderosas que las mías, pues va a ser padre de una niña llamada Valentina y su llama, el aliento que le da fuerzas cada día de sufrido esfuerzo, crece día a día en las entrañas de su mujer.

En definitiva, no importa que tu motivación para opositar sea alcanzar una independencia económica, trabajar por un país más eficiente o conseguir la ansiada estabilidad laboral que te permita criar a tus hijos tranquilo, la clave es encontrar esa razón para hacerlo, y ponerse a ello.

 

Pablo Zurita Tejedor

Interventor y Auditor del Estado