Numerosas son las palabras que vienen a la mente cuando se habla de oposición, independientemente de si es a maestro, médico, juez, abogado o interventor: esfuerzo, constancia, fuerza de voluntad, sacrificio…incluso otras con connotaciones mucho más negativas: aislamiento, soledad o fracaso. Sin embargo, una palabra que no suele asociarse a una oposición es la diversión.

Cierto es que una oposición tiene una parte de esfuerzo, constancia, fuerza de voluntad o sacrificio, pero no es más cierto que también debe tener un componente de diversión. La oposición es una fase en la vida que puede ser terrible o maravillosa, algo que queramos olvidar o algo que recordaremos con cariño. Sólo depende de nosotros y del enfoque que decidamos darle.  

Como reciente – aunque cada vez menos – opositor, no puedo sino aconsejar a potenciales y futuros opositores darle este enfoque a esta etapa, no de forma idealista o utópica, sino más bien pragmática y útil. La clave es elegir una oposición que disfrutemos estudiando y entrar al reto con la mentalidad adecuada. 

La idea errónea imperante entre posibles opositores es que la vida tiene que parar para sacar la oposición. No obstante, el día tiene 24 horas; 24 horas para todos: opositores, parados, trabajadores, estudiantes o jubilados, y nuestro trabajo es el de exprimir estas horas. Hay cosas que, desde mi punto de vista, no deben ser negociadas, sino una constante durante todo el proceso, como el sueño y el descanso. Dudo que nadie recomiende aumentar las horas útiles del día mediante la reducción del sueño.  

Quitando el innegociable tiempo de descanso, queda un día aprovechable de entre 15 y 17 horas y, teniendo en cuenta que una oposición es una carrera a medio plazo y que es preciso que el cuerpo y la mente aguanten meses o años, no parece tampoco recomendable recomendar estudiar más de 12 horas al día. Es preciso puntualizar que no hay que caer en el clásico error de decir a los opositores el tiempo que tienen que dedicarle, o como se lo tienen que distribuir, ya que eso depende de cada uno y del momento exacto de la oposición (no se estudia igual el primer mes que a dos semanas del examen), pero sí se puede decir, sin temor a equivocarse, que la mente tiene unos límites y que, pasarlos, no solo no acelera el aprendizaje, sino que lo perjudica, bien sea con problemas de concentración una vez se está agotado, bien sea abandonando la oposición por haberse quemado antes de tiempo.

Si echamos un vistazo a como entrenan los deportistas de élite, con carácter general no encontraremos entrenamientos de 10 o 12 horas diarias durante meses, ya que esto deriva en una situación de sobre entrenamiento, siendo éste una fatiga generalizada que afecta a nuestro cuerpo y mente y que nos impide progresar por un exceso de esfuerzo físico.  Por ello, en el mundo deportivo es conocido que tan importante es para el cuerpo el entrenamiento como lo es el descanso. 

Esta misma lógica es la que debe aplicarse a la cabeza y al estudio. Si se pone lo anterior en práctica y el opositor estudia unas 10 horas diarias y duerme unas 8, siguen quedando 6 horas todos los días. Nuestra obligación como personas es disfrutar, aprovechar y exprimir esas horas. No debe creerse, además, que este cálculo es únicamente aplicable a los opositores. Cualquier trabajo nos va a exigir 8 o 9 horas diarias (ello siendo optimistas; algunos bastante más) y un máster, con clases y estudio, más de lo mismo. 

Una oposición no debe diferir mucho, en cuanto a tiempo dedicado, de un trabajo o un máster. Obviamente hay diferencias. Los retos no son los mismos y el enfoque es diferente, pero al igual que debemos trabajar para vivir y no vivir para trabajar, debemos opositar para vivir, no vivir para opositar. No tiene sentido que centremos varios años de nuestra vida en un único objetivo. El estudio de la oposición, en este caso dentro de la dimensión laboral, aunque importante, no lo es todo. No descuidemos las relaciones personales, el bienestar físico, la salud, nuestros hobbies o nuestros proyectos. Cierto es que habrá que sacrificar hasta cierto grado determinadas cosas, pero, de nuevo, no mucho más que si trabajásemos o estudiásemos un máster.

Por tanto, hasta aquí no hay mucha diferencia en cuanto a organización de tiempo. La oposición es el trabajo del opositor y debe dedicarle el tiempo que merece, no menos, pero tampoco más. Dentro del tiempo libre restante, la recomendación que yo recibí, que yo apliqué y que yo doy, es la de hacer deporte: una etapa como la oposición, de muy poca actividad física y estando horas sentado, requiere de una actividad física cuanto menos, moderada.

El deporte es imprescindible para la salud general y recomendable para la práctica totalidad de las personas, pero en el caso de una oposición, lo es todavía más. La máxima “Mens sana in corpore sano” se vuelve prácticamente de obligado cumplimiento en el devenir de una oposición. Es necesario cansarnos físicamente para poder descansar cuerpo y mente y rendir al máximo al día siguiente.

Otra de las dimensiones que no debe olvidarse es la de las relaciones personales. Éstas no solo no deben verse afectadas o mermadas por la oposición, sino que hasta deben ser fortalecidas. Es preciso apoyarse en nuestros amigos y seres queridos, el esfuerzo no es individual. En adición, y aunque parezca extraño, durante la oposición se conocen muchas personas con intereses y gustos afines, enfrentándose al mismo reto que nosotros y compartiendo objetivos. El compañerismo generado en la etapa de la oposición suele ser la base para una amistad duradera. 

En conclusión, una oposición es una etapa de la vida que puede traer cosas muy buenas y por ello, los que la hemos superado tenemos la obligación de combatir el estigma que le rodea. Si se tiene vocación de servicio público es importante lanzarse a ello. La Administración precisa de gente profesional, cualificada, competente y ambiciosa. Es una tristeza escuchar a gente con gran potencial que no se enfrenta a una oposición por excusas como “ya no quiero seguir estudiando”, “no me veo capaz” o “memorizar orales no es lo mío” y termina en un trabajo que tampoco les llena con unas condiciones muy a menudo peores, viendo pasar los años. 

Fernando Vallejo Sagaseta de Ilurdoz

Interventor y Auditor del Estado