El pasado sábado 5 de febrero fallecía a los 87 años de edad José Pérez y Pérez, Pepe Pérez, para los allegados. En estos días he recibido unos cuantos testimonios sobre su condición humana y generosa capacidad de trabajo. Algo que tuve la satisfacción de disfrutar en primera persona durante más de cinco años de vida profesional a su lado. 

Me animo, desde la modestia y agradeciendo a la Asociación del Cuerpo Superior de Interventores y Auditores del Estado, la oportunidad de publicar unas líneas en homenaje a Pepe. Lo hago empujado por un cariño verdadero y por el recuerdo que muchos compartimos de la singular memoria de un Interventor, a mi juicio, ejemplar en su dedicación y entrega en el ejercicio de la función interventora y en su empeño en la defensa de lo público. 

En ese ejercicio sobresalía una astucia a primera vista, esa que hace que te pongas en guardia al conocerle, en modo alerta, acorde a la exigencia que transmitía el personaje. No pasaba mucho tiempo hasta que, superada esa primera impresión, pudieras relajarte y disfrutar trabajando, empujado por su particular alegría de vivir, trufada de abundantes dosis de inteligencia, pragmatismo, y buen humor militante. 

He buscado sin éxito en Google la reconstrucción de su carrera profesional, he desistido, emocionado, – me ha parecido una señal. Así, empujado por la inabarcable tarea de desbrozar, desde el buscador, el tupido árbol genealógico de los Pérez y Pérez, me atrevo, abierto a la enmienda, a recordar en estos tristes momentos,  algunos de los puestos que me constan  por referencias, que desempeñó en su dilatada carrera profesional: fue, allá por los setenta, Interventor-Jefe para la supervisión del sistema de gestión y de ayudas aprobado por el Gobierno para  Hulleras de Industrias (HULLASA);  ocupó la plaza de  Interventor de Minas de Almadén, en su tiempo  la mayor mina de mercurio del mundo; Director Financiero de Tabacalera, entonces joya del patrimonio público empresarial,  con cuya renta del monopolio, dicen las lenguas, hacía el Ministro de Hacienda el ajuste fino en el cuadre final del Presupuesto del Estado (eran otros tiempos).  También ocupó la Presidencia de empresas públicas – de esas que dan dolores de cabeza a saldo – como Imepiel (antigua Segarra para los supervivientes que calzaran botas Gorila), y Segipsa, el hoy omnipresente medio propio instrumental en materia inmobiliaria. 

A ellos hay que añadir su trayectoria en la IGAE desde puestos, tanto en el centro Directivo como en Intervenciones Delegadas, la última en la Comisión liquidadora de entidades aseguradoras, que desempeñó hasta su jubilación a los 70 años con la misma ilusión de siempre. 

Son algunos, pero relevantes destinos, de los muchos que ocupó. De ellos retengo  algunos aspectos que perfilan su vertiente más  humana, pues a ella esta glosa me empuja, recibidos  de comentarios de terceros, o vividos en primera persona, que retratan sin duda a ese Pepe brillante, inteligente y humano: capaz de invitar a cerveza a un piquete de mineros en huelga, para acercarse así  a la razón del ser humano antes de sentarse a negociar sobre lo material; dispuesto a bajar en la “jaula” al corazón de una mina para enseñar con éxito a cubicar el volumen de una inasequible  veta de mineral con un globo hinchado con gas en la mano  como única herramienta; estricto y serio al interpretar un balance, con la profesionalidad, acierto  y clarividencia del  auditor.  

En una ocasión me contó carcajeante esta anécdota a propósito de un accidente ocurrido durante una visita de inspección a las minas de Almadén, que casi le cuesta la vida. Alguien le regaló en su recuperación un libro salvador, para levantarle el ánimo, titulado “Solo se mueren los tontos” que, ávido lector, devoró sin contemplaciones. Me pregunto por qué nadie le acercó un ejemplar la mañana del pasado sábado 5 de febrero. Descanse en paz Jose Pérez y Pérez.  Hasta siempre Pepe. 

Juan Luis Nieto Fernández

Interventor y Auditor del Estado