Han pasado siete años desde que me embarqué en el mundo de las oposiciones, habiendo aprobado dos y siempre acompañada de mis dos niños mellizos.

Sí, cuando empecé a estudiar para el Cuerpo Técnico de Auditoría y Contabilidad ya era madre de dos niños mellizos de cuatro años, así que aprendí a compaginar la maternidad con el estudio, si bien durante el año que estuve estudiando para esta primera oposición no trabajaba, por lo tanto, el reto real apareció cuando decidí preparar la del Cuerpo Superior de Interventores y Auditores del Estado.

Durante el curso en la Escuela de Hacienda Pública, que seguimos todos aquellos que habíamos aprobado la oposición al Cuerpo Técnico, conocí en mayor profundidad las funciones que realizaban los Interventores y gran parte de los que venían a impartirnos clases nos animaban a continuar con el estudio, a no perder la costumbre e intentar dar el siguiente paso. Evidentemente, para mi ese paso no era, precisamente, pequeño; no me veía estudiando, trabajando y criando niños, más aún cuando había que “cantar” temas ante un Tribunal. Acabado el curso, y una vez nombrada en mi puesto de trabajo, decidí darme un plazo de descanso y valoración de seis meses, tras los cuales concluiría si me atrevería con la siguiente aventura o no. Pasados los seis meses decidí dar el gran salto, así que pregunté por dónde debía de empezar a una Interventora que acababa de aprobar, quien con mucha generosidad me puso en contacto con un preparador y así emprendí la andadura.

Los dos grandes pilares sobre los que pivotaba mi decisión eran: la disciplina y no ser una madre ausente, por muy difícil que esto fuera.

Para cumplir con mi objetivo me impuse una disciplina férrea, inquebrantable y que no admitía excusas, estableciéndome un horario que pudiera compaginar con los niños. De esta manera, empecé a levantarme para estudiar de lunes a domingo entre las 4:30 y 5:00 de la mañana, de tal forma que, de lunes a viernes a las seis de tarde podía estar en casa cumpliendo con la otra parte de mis responsabilidades, mientras que los fines de semana liberaba las tardes. Para poder cumplir con ese grado de exigencia debía de acostarme a la misma hora que los niños, a las 9:30 de la noche. Con todo esto conseguí que niños, estudios y trabajo pudieran encajar; evidentemente, en el camino hice muchas renuncias, pero ninguna de carácter familiar.

Era y soy consciente de que la principal batalla que uno libra en este tipo de oposiciones no es con los otros opositores, dada la circunstancia de que casi siempre quedan plazas libres, sino con uno mismo, por ello, además de la disciplina, es fundamental mantener la cabeza siempre motivada; es una carrera en la que debes de sentirte como un Ferrari, pues el puesto al que aspiras no merece menos de ti. No caben medias tintas, tienes que ser tu mejor versión; tener siempre presente que tu pretensión no es otra que la de controlar los fondos públicos, lo cual supone gran responsabilidad y compromiso.

Han pasado más de dos años desde que aprobé y ante las siguientes preguntas, las respuestas no admiten dudas: ¿Vale la pena el esfuerzo? Lo vale. ¿Se puede con niños? Se puede. ¿Es fácil? Casi nada que valga la pena lo es.

Yo os animo a intentarlo aun con niños, siempre teniendo presente que la planificación y el horario que te impongas deberá ser inquebrantable porque, de lo contrario, el tiempo perdido lo terminan pagando los niños. Los minutos son oro, son artículos de una Ley, son temas que cantar, son descanso…

Lizet Rocío Martínez Prado

Interventora y Auditora del Estado